Zarismo - Leninismo

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Existe una habitual tendencia a confundir democracia y liberalismo. Bien es cierto que el liberalismo y sus mecanismos son el ADN sin el que la democracia moderna no sería entendible tal como la conocemos actualmente. Pero no es menos cierto que no es hasta después de la segunda guerra mundial cuando, con el ensanchamiento de los sujetos de derecho y la normativización de los derechos civiles, se posibilitó un modelo de democracia liberal con estado social que permitió el progreso social y democrático que a la postre se convirtió en atractivo para los ciudadanos del antiguo espacio de control de la Unión Soviética y posibilito en última instancia su caída. 

Parto del principio de que afortunadamente los sistemas totalitarios que dominaron buena parte del siglo XX son propios de una época, de una estructura social, de un contexto histórico que ya no existe. Que los actuales peligros populistas extremistas para las democracias responden a lógicas diferentes a lo que en su día representaron los dos grandes totalitarismos del siglo XX. Es por ello que las cruzadas anticomunistas alentadas desde la derecha son tan ridículas como el antifascismo low cost difundido desde la izquierda. Uno y otro solo sirven para movilizar a cada parroquia y a bipolarizar, aún más si cabe, unas sociedades ya tensionadas por las sucesivas crisis que ensanchan la brecha social y agrandan la crisis de representatividad y, en última instancia, de la democracia.

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