Las elecciones no iban de sumar, sino de restar

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06/07/23.- Me impuse la obligación de no escribir ninguna crónica electoral antes de la cita del 23 de julio. Mis análisis son de sobra conocidos, para quien pudieran interesar, y cualquier análisis desde el principio de la honestidad intelectual podría "ser usado en mi contra", en el ambiente de destrucción existencial democrático que se ha instalado en España. Al inicio de la campaña electoral escribí este artículo. Lo publico sin introducir ningún cambio. Por honestidad, si me equivoco, al contrario de lo habitual que sin solución de continuidad se pasa a defender una tesis con la misma desfachatez que el día anterior se defendía la contraria, asumiré mi error perceptivo.

P.D. 24/07/23 .- El desarrollo de la campaña electoral ha variado algunos elementos previos, pero mantengo la publicación, que complementaré posteriormente, desde el convencimiento que las variaciones con ser determinantes en la posible formación del futuro gobierno, son elementos de largo alcance sobre los que conviene reflexionar.

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 Xoán Hermida

"La esperanza sin convicción es la antesala del conformismo y la derrota"

La izquierda se volvió a equivocar, y ya van unas cuantas, sobre el contexto de cambio paradigmático en que se celebraban estas elecciones, en la estructura sociológica configurativa de la actual sociedad española, y en el momento de crisis existencial, democrática y nacional, que percibe, con mayor o menor razón, la ciudadanía.

Así que lo primero que cabe decir es que si hace una década la desafección llevo a la crisis del bipartidismo, hoy la pulsión ciudadana va en el sentido contrario. La desafección sigue entre nosotros, y no solo se ha reducido, sino que se ha ampliado, y de ello, para los españoles, tienen mucha parte de responsabilidad las nuevas fuerzas políticas que venían a resolver los problemas.

La realidad es que las nuevas fuerzas no supieron o no quisieron abordar un programa de regeneracionismo democrático, mostraron que tenían los mismos defectos que la vieja política y que, además, desde un extremo y otro estaban ‘contaminando’ a los partidos sistémicos en aspectos tan poco criticables como poner los intereses generales por encima de los ideológicos.

A la desafección se ha venido a sumar un hartazgo por las múltiples frustraciones creadas por las nuevas fuerzas políticas nacidas al calor de esa crisis, y la apertura del abanico de representatividad, lejos de paliar los defectos del bipartidismo, ha desembocado en un frentismo aún más asfixiante. El camino de retorno al bipartidismo era, pues, una tendencia lenta pero imparable, que se empezó a andar desde las municipales del 2019, y desde las elecciones madrileñas y andaluzas de los siguientes años, y que cualquier observador mínimamente atento no podía dejar de observar. El fin del monopolio bipartidista lejos de una oportunidad empezó a ser mirado como un factor de inestabilidad política y por lo tanto como un problema. Las elecciones no iban de plantear la idea de la necesidad de una mayor diversidad sino de una mayor cohesión.

No se trataba de sumar, sumandos contradictorios hasta el infinito y más allá, en una lógica comunitarista ilimitada donde cada partícula de grupo corporativo tuviera su reivindicación sino de devolver los derechos al individuo y la recuperación del ideal democrático (transformando, pero no despreciando la transición) y el nacional (no en el aspecto semántico excluyente univoca sino en el aspecto cívico republicano).

El abandono por parte de la izquierda mayoritaria de la idea de construir mayorías, el enganche a la política de bloques, la concentración parcelaria de grupúsculos de la izquierda con inexplicables diferencias, las agregaciones de intereses grupales son observados, en ese contexto y con los precedentes existentes, como un factor de intereses personales en disputa, que generan inestabilidad y debilidad.

Existía un precedente. Por los ritmos siempre existe un precedente de la política española en la política gallega. En las elecciones autonómicas gallegas de 1997, las primeras tras la derrota del gobierno de Felipe González, una coalición, aparentemente lógica desde la perspectiva de los sumandos, entre el PSdG-PSOE, EU-EG y Os Verdes acabó en un desastre. Fueron las primeras -vendrían mas y en mas sitios- elecciones del sorpasso de una fuerza local, en este caso el BNG, al PSOE. Recuerdo como preguntado el por entonces Presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga, por la coalición de izquierdas recién estrenada dijo, con la retranca que le caracterizaba, aquello premonitorio de "cero más cero, cero patatero".

No solo estamos ante un cambio de ciclo, sino ante algo más profundo

Una vez más, como paso en las gallegas, madrileñas, andaluzas, autonómicas y municipales, nos cansamos de escuchar en tertulias y redes sociales, la consigna absurda de “hay partido”, se ve un clima de “remontada”, y otras simplezas similares.

Es legítimo que los dirigentes y militantes de los partidos de izquierda no tiren la toalla para no generar un estado de desánimo entre los votantes en plena campaña electoral. Nada que objetar. Lo que me cuesta más entender es como la ‘intelligentsia’ progresista, ante un mundo y un país en cambio no es capaz de hacer una mínima reflexión crítica, entender racionalmente lo que está sucediendo, y mirar los acontecimientos con la perspectiva serena y madura que sería de desear para empezar a dar los primeros pasos de una refundación profunda del espacio político que seguramente, incluso, tendrá otras construcciones gramaticales distintas a las que funcionaron hasta hace bien poco.

Aún, en la posibilidad remota y casi milagrosa de ganar unas elecciones, la izquierda, en su conjunto, seguirá sin resolver sus contradicciones con la realidad, y está emplazada a abordar un cambio de mentalidad y de pensamiento del mismo alcance que el cambio de paradigma que se está a producir, el cambio epistémico que se está a desarrollar, el cambio ontológico que se está a configurar, y el cambio metodológico que la posible ‘clientela’ espera.

La esperanza de que como las encuestas no daban una mayoría amplia al PP, eso era señal de que no había nada escrito, es de un voluntarismo que raya un pensamiento mágico-mítico.

El campo de la sociología electoral tiene una gran calidad en España y por eso, salvo raras excepciones, las empresas demoscópicas tienden a aproximarse, con las desviaciones lógicas de cualquier campo científico, a la realidad. Ahora bien, esta aproximación a la realidad necesita de sus interpretaciones y de sus tiempos.

Las encuestas preelectorales, a más de cuatro semanas de las elecciones marcan tendencias de voto que no se fijan con mayor exactitud hasta el momento de depositar el voto en la urna. Es verdad que la convocatoria tras una derrota para la izquierda, como en este caso tras la de las municipales y autonómicas, crea un reflujo de voto - una especie de vuelta de la ola- que puede hacer creer que las corrientes tienden a cambiar de dirección.

En realidad, salvo suicidios políticos - que también los puede haber y conocemos algún caso en los últimos años - solo se trata de un espejismo. Las campañas, y más cuando se asiste a un cambio de episodio más profundo como en el caso que nos ocupa, con ser importantes no son quienes de modificar corrientes de fondo que no se muestran con toda su dimensión en las encuestas porque aún no es el momento.

Lo importante son las zonas de fricción, observar entre quienes se dan y, en última instancia, a quien favorecen. Por eso todos los sondeos detectaron el 28M y también ahora, a excepción del CIS, que las posibilidades implicaban y favorecían en la mayoría de las mismas - PP/Vox - PP/Cs - PP/PSOE - PSOE/UP - al Partido Popular, implicado en tres de los cuatros grandes espacios de fricción. El Partido Popular partía con ventaja a la hora de absorber la práctica totalidad del voto del ya desaparecido Ciudadanos, una parte del votante refugiado en Vox en momentos de crisis de los populares y atraer a un sector no insignificante de votante socialista liberal cansado con la deriva populista de los últimos años.

Además, la política de alianzas post-28M, si dejamos a un lado el momento de confusión creado con el ‘caso de Extremadura’, la dirección del PP la manejo con solvencia. Asimetría suficiente para tener gobiernos de diversa composición, escapando de un acuerdo global. En solitario en la mayoría de los casos. Acuerdos en los menos con un Vox que es observado por la población española como un problema involucionista ‘neocon’ en temas de moralidad pública pero no como un peligro de subversión del orden constitucional sobre la idea de partido ‘fascista’ al que la izquierda se ha abonado con tan poca perspectiva histórica como con, aún menos, enfoque presente. Acuerdos con CC y PRC, entre otros. Si a esto le añadimos la posición del PP facilitando los gobiernos progresistas de Barcelona o Vitoria, o del PNV en varios ayuntamientos y en el gobierno foral de Gipuzkoa y el mensaje del reclamo “de mayorías suficientes para no depender de las minorías extremistas” o de “romper la política de bloques”, estaba todo servido para un voto útil, incluso en sectores tradicionalmente socialistas (el arrope argumental, en este caso, del expresidente González no tiene un carácter menor por su simbolismo).

A veces se vuelve cansino tener que explicar que determinados tópicos – “la mayor participación favorece la izquierda”, “el voto de los jóvenes es progresista”, “existen unas zonas urbanas periféricas rojas”, etc.- no tienen ninguna fundamentación científica y en algunos casos dejaron de funcionar en la estructura política actual a medida que fueron cambiando las composiciones sociológicas de la población.

Desde hace ya un tiempo que los datos indican que el episodio de tránsito en el que estamos instalados emprendió dos tendencias constantes de carácter estratégico: (a) un giro sociológico hacia derecha como respuesta defensiva a una crisis nacional y democrática de carácter existencial que la mayoría electoral identifica con el modelo de gobernabilidad de la izquierda y que esta no acierta a resolver; y (b) un regreso hacia el bipartidismo (más rápido toda vez que el PSOE resuelva su crisis de identidad y se restituya de nuevo como un partido que aspira a mayorías sociales).

Es casi insultante para la inteligencia, que una buena parte de la izquierda siga instalada en una estructura social bipolarizada propia de la España atrasada de la primera mitad del siglo XX, o en una idealización de una clase obrera ya inexistente en su formateo ‘fordista’ o su substitución idealista por nuevos grupos corporativos; mientras mira con desconfianza a los sectores profesionales o al pequeño o mediano empresario y considera la iniciativa privada como parte del problema social del país.

El desprecio a las ‘clases medias’, fundamentales en la amortiguación de las desigualdades y necesarias para la estabilidad democrática, es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta una izquierda desorientada, agravados en este caso en las grandes áreas metropolitanas donde la inmigración mayoritaria huye de experiencias negativas populistas y mira con desconfianza una izquierda que no es capaz de desengancharse de ciertas experiencias sectarias de otros continentes.

Es verdad que los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas pudieran llevan a pensar, si no existe interés por profundizar en los datos, que, a pesar de todo, el resultado no era tan bueno para la derecha ni tan malo para la izquierda. Algo de esto debieron pensar los grandes estrategas de la Moncloa cuando decidieron el adelanto electoral.

No hacía falta más que aproximarse un poco a los mismos para observar la magnitud de la derrota de la izquierda. (1) La victoria del PP sobre el PSOE en las municipales en votos populares son 800.000 votos y 3'5 puntos de diferencia (en las elecciones del 2019 el PSOE le sacó al PP 1.600.000 votos). La victoria es especialmente dura en grandes ciudades y plazas simbólicas: Madrid, Valencia, Zaragoza, Valladolid, Logroño. (2) Consolidación de los gobiernos de Murcia y Madrid (mayoría absoluta) (3) Recuperación de los gobiernos de La Rioja y Melilla (mayoría absoluta), Cantabria, Baleares, y Aragón como fuerza más votada; Extremadura y Comunitat Valenciana en base a mayorías parlamentarias. (4) Consolidación del proyecto del PP en Andalucía con el gobierno de todas capitales de provincia. En el cierre de la transición la derecha instalo su campamento base en Galicia, mientras que la izquierda lo hacía en Andalucía. Todo parece indicar que Andalucía ha dejado de ser el campamento base de la izquierda, y seguramente por bastantes años, y lo hace con la misma receta que le ha venido funcionando en Galicia. (5) En la izquierda, el PSOE sufre una derrota institucional sin precedentes. Pierde 6 comunidades autónomas, la mayoría de las capitales y grandes ciudades. De los partidos aliados de Sumar solamente Mas Madrid aguanta, los Comunes pierden Barcelona, Compromis la alcaldía de Valencia y la vicepresidencia de la Generalitat, PxM deja el gobierno de Melilla. Los restos de las Mareas gallegas desaparecen. Unidas Podemos se convierte extraparlamentario en Valencia y Madrid con unos datos totales incluso inferiores en el conjunto del Estado a los que en los momentos más delicados llego a tener IU.

Alguien pudiera pensar, de hecho, así lo han trasladado muchos dirigentes de la izquierda, que la diferencia no era abismal para poder intentar darle la vuelta al resultado en unas elecciones generales planteadas por Pedro Sánchez como una segunda vuelta.

Nada más lejos de la realidad. La victoria del PP en las elecciones municipales eran el preludio de una victoria mayor para las elecciones generales. Debemos entender que las elecciones celebradas este 28 de mayo eran municipales y autonómicas por lo que sus resultados, estaban condicionadas por las dinámicas locales, lo que las convertían para el PSOE en el mejor escenario posible.

Por eso, el resultado desastroso del PSOE solamente se explica desde una crisis existencial profunda del partido socialdemócrata. Además, en la medida que el crecimiento del PP no se hace a expensas de Vox - crecen los dos - eran un mal augurio para la izquierda de cara las elecciones generales. No solamente porque el PP pudiera acercarse a una mayoría absoluta si apelaba al voto útil del electorado progresista para no depender de la extrema derecha; sino que, al igual que en el caso francés, el mapa político se acabe debatiendo entre el centro derecha y la derecha extrema, quedando la izquierda relegada la una posición marginal.

Volver a los consensos y a la política al servicio de las mayorías

Parecería, pues, clara, una victoria amplia del centro derecha a la espera de los últimos compases de la campaña. Siempre puede caer un meteorito, desconvocar las elecciones por una nueva pandemia mundial o que Menvedev cumpliera su amenaza de bombardear Europa con misiles nucleares, pero lo lógico es que acabara aconteciendo lo que parecía que iba a acontecer.

La dura derrota del conjunto de la izquierda debe suponer un antes y un después. En el PSOE para volver a retomar la senda de un partido que se encuentre con las mayorías sociales y electorales. En ‘la izquierda a la izquierda del PSOE’ para entender que su tiempo se agotó. Que las dinámicas sociales e institucionales no van necesariamente ligadas y que, salvo en momentos de insurrección revolucionaria, la representación institucional requiere de dosis de pragmatismo, de sentido de la responsabilidad institucional y de procesos de encuentro democrático también y, sobre todo, con los que piensan diferente.

Derecha e izquierda, desde el proyecto democrático, tienen la obligación de construir consensos y acuerdos que dejen fuera de la ecuación minorías populistas de ambos extremos que cuestionan la legitimidad democrática, la construcción europea o la realidad peligrosa de la amenaza autocrática iliberal en el mundo.

Las elecciones no iban de sumar sino de restar.

Restar crispación para restaurar la confianza entre los ciudadanos; restar privilegios para acabar con la corrupción económica y política; restar intereses partidarios para posibilitar un regeneracionismo institucional básico; restar visiones unilaterales para reconstruir los puentes entre las distintas legitimidades democráticas; restar superioridad moral para regenerar espacios de convivencia necesarios; restar soberbia para reconciliar a la nación (y los entes federados).

Cuestionarlo todo o que la realidad cuestione la propia existencia de la izquierda

En 1989, con la caída del Muro de Berlín y el posterior ‘desmerengamiento’ del bloque comunista, alguno pensó que era el momento de la socialdemocracia. Y así lo fue en primera instancia.

Los procesos de globalización, de reconfiguración de mercados, de neoliberalismo duro, lejos de convertirse en una oportunidad para la socialdemocracia y el modelo europeo, se convirtieron también en un problema para la parte liberal de la izquierda.

Las corrientes antiliberales y populistas han penetrado con fuerza en una socialdemocracia desorientada, siempre acostumbrada a programar desde sindicatos con fuerte penetración en unas industrias nacionales y extensivas hoy inexistentes.

El cambio de los modelos productivos, acompañado de cambios en las estructuras de clase. El fin de los proyectos nacionales y la incapacidad para asumir retos de democracia transfronteriza ha acabado por deteriorar las democracias liberales, que resistieron a duras penas el auge del populismo y de los nuevos totalitarismos, pero sobre todo dejo sin proyecto a la socialdemocracia que en muchos países ya es residual.

Las sociedades europeas han visto que el avance del populismo extremista no era respondido con la fortaleza liberal que se esperaba de la izquierda y por ello, en muchos casos la disputa histórica izquierda versus derecha, ya se ha substituido por la disputa derecha populista versus centro derecha liberal, con la izquierda ausente - o cómplice de la derecha populista- de los debates importantes como la guerra de Ucrania, la construcción europea, la restitución del individuo en el centro de los derechos democráticos, etc.

En marzo de 1977, una década antes de la caída del Muro de Berlín, el eurocomunismo se oficializó, cuando los secretarios generales Enrico Berlinguer del PCI, Santiago Carrillo del PCE y Georges Marchais del PCF se reunieron en Madrid y presentaron las líneas fundamentales de la "nueva forma". (En aquella foto debería haber estado Antoni Gutiérrez, secretario general del PSUC, durante años el núcleo intelectual de un PCE constructor de entendimientos democráticos).

De los tres partidos, el PCI era en aquellos años una inspiración para el pensamiento cada vez más alejado de los principios leninistas, extraño al marxismo originario. En 1976 en Moscú, Berlinguer rompió uno de los grandes tabús al hablar de un socialismo con "sistema pluralista”. La política de ‘compromiso histórico’ del PCI, que le valió la vida a Aldo Moro, y la de ‘reconciliación nacional’ del PCE que facilitó el tránsito a la democracia en España, son de esas de las que se debe aprender siempre.

Ese esfuerzo, intelectual y emocional, fue muy criticado por la izquierda siempre insatisfecha y pudiera parecer infructuoso, pero conecta con la experimentación que durante la década de los ochenta tuvo lugar en el campo soviético a raíz de la perestroika.

Hoy vivimos en un mundo diferente, con nuevas contradicciones, diferentes complejidades y retos hace años impensables, pero eses esfuerzos tuvieron la valentía de señalar la necesidad intelectual de la izquierda de ponerlo todo en cuestión si no en poco tiempo, como está a punto de pasar, será la realidad la que ponga en cuestión la existencia de la propia izquierda.